viernes, 25 de abril de 2014

SÓLO HAY QUE ARROSILLARSE ANTE DIOS

La resurrección de Jesucristo es un estallido de Luz y de Vida que nos introduce ya en la patria eterna. Es el comienzo de la humanidad nueva y una anticipación de ese futuro que esperamos. Como dice san Pablo, los que hemos recibido el bautismo, hemos resucitado ya con Jesucristo, porque nuestra existencia tiene un dinamismo espiritual que la adentra en el ámbito de Dios. Por eso dice también el Apóstol, "ya que habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba". Entre otras, son cosas de arriba el amor, la compasión, el espíritu de servicio, la alegría, la paz del corazón, la lucha por la justicia... Este año, la Pascua nos ofrece un pequeño añadido: la beatificación de los Papas Juan XXIII y Juan Pablo II, dos hombres excepcionales, porque ambos se dejaron transformar y guiar por el Espíritu Santo. Admiro a Juan Pablo II, pero siento un afecto especial por Juan XXIII, el Papa que en sólo cinco años, abrió las ventanas de la Iglesia al soplo del Espíritu y la llevó a volcarse sobre esta tierra, sin olvidarse del cielo. Fue un hombre tan intelugente como sencillo y cercano; tan de Dios, como amigo de la tierra que nos acoge; tan exigente consigo mismo, como comprensivo con toda miseria humana. Fue el Papa de la Paz y de la igualdad entre los hombres, como manifiesta su Encíclica "Paz en la rierra". Yo había llegado a Roma con veintiún años, para estudiar Filosofía y Teología, y tuve la dicha de ayudarle a misa algunas veces, porque los alumnos que voluntariamente nos ofreciamos, nos convirtiamos en "Sanpietrinos", acólitos de la Basílica de san Pedro, donde celebraban el Papa, el Secretario de Estado y algunos otros cardenales. En una ocasión, acomapañé al cardenal Pla y Deniel, Arzobispo de Toledo y Primado de España, en su visita al Santo Padre. Tras haber departido con el Cardenal un tiempo, en el que yo me quedé fuera con tres curas, el cardenal salió para que entrára mos a saludar a Juan XXIII. Nos recibió sonriendo y bromeó con nosotros. El cardenal nos fue presentando de uno en uno, y cuando me vio tan joven, empezó a gastarme bromas sobre el saludo que me había hecho la guardia Suiza, como se lo hacían a todo el que se adentraba en el despacho del Papa. Luego, a la hora hacernos una foto, uno de los sacerdotes me dijo que me pusiera de rodillas delante del grupo. Pero Juan XXIII me detuvo y me dijo: Jovencito, de rodillas sólo hay que ponerse ante Dios. Nunca ante un hombre. Y el Papa es un hombre. Reconozco que aquellas palabras me han marcado y que su gesto me ha ayudado siempre a descbrir la grandeza de los hombres limpios de corazón, que nunca buscan su gloria,sino la gloria de Dios. Quizá por eso tengo un afecto especial a Juan XXIII y he colgado su retrato al óleo en el lateral isquierdo del templo en el sirvo y celebro cada día: Santa María Estrella de los Mares.

jueves, 17 de abril de 2014

LA PASIÓN DE JESUCRISTO

La base de nuestra meditación de la pasión del Señor debe ser alguno de los relatos de los cuatro evangelios. Posiblemente el relato que se aproxima más a los hechos es el de san Juan, que incluye detalles que sólo se explican por ser el testimonio de un testigo presencial. Dicho esto, considero que hay diversas maneras útiles de meditar la pasión. La primera y más sencilla consiste en adentrarse en los dolores físicos de Jesús y en sus sufrimientos psicológicos, posiblemente más profundos. Verse rechazado por la mayoría de su pueblo, traicionado por uno de los suyos, abandonado por casi todos los amigos que le habían acompañado durante más de dos años, calumniado y despreciado. Y pensar en el sufrimiento de su madre... Todo ello le llevó a sentirse abandonado por Dios. Es verdad que había aceptado la muerte, pero seguramente no había imaginado de la brutalidad de lo que estaba por venir. Fue entonces cuando vivió en la oscuridad la fe y sintió la tentación del desaliento. Y todo ello, por amor a sus hermanos los hombres. ¿Valía la pena el hombre, ese hombre que somos tú y yo? Otra forma de acercarnos a la pasión del Señor es la preguntarnos qué papel jugamos cada uno de nosotros en la pasión de Jesucristo. Porque su pasión se prolonga hoy en la pasión del hombre. Y fue él quien nos dijo que lo que hacemos o dejamos de hacer por el hombre, lo estamos haciendo o dejando de hacer por Él. Pregúntate qué papel desarrollas en el sufrimiento de los otros. ¿Has vendido alguna vez, como Judas, al amigo, a alguna persona querida? ¿Pasas de largo, como la mayoría del pueblo, ante el sufrimiento humano? ¿Te lavas las manos cuando estás en presencia de una injusticia o de un atropello? ¿Te aprovechas del parado para imponerle unas condiciones que van en contra de las leyes? ¿Huyes del que sufre? ¿Jaleas y secundas a los tiranos? Pero la manera que me resulta más apasionantes es la de acercarme al amor de Cristo, que entrega la vida por nosotros. Es una manera de vislumbrar, siquiera sea de lejos, la impresionante ternura y misericordia del amor de Dios. Se deja torturar y matar por nosotros, por cada uno de los hombres. Y ante nuestros pecados y defectos, sigue diciendo que no lo hacemos por maldad, sino por simple ignorancia. No es extraño que san Pablo pregunte, en el capítulo octavo de su Carta a los Romanos: ¿Quién nos podrá apartar del amor de Dios? Pues cuando descubrimos a Dios como el Padre bueno que nos ama, hasta dar su misma vida por nosotros, hemos comenzado a intuir, aunque sea de lejos, que Dios es Amor; y que hacernos semejantes a Dios consiste en aprender a amar y en dar la vida por los otros. No porque ellos nos amen, sino sencillamente porque son humanos, hijos de Dios.

domingo, 6 de abril de 2014

EL CAMINO HACIA LA PASCUA

Estamos a la puerta de la Pascua, la fiesta de la Luz, de la vida y de la alegría de vivir. Y la mejor manera de acercarnos a ella consiste en caminar con alegría. Quizá haya quien piense que meditar en la pasión de Jesucristo no es para reir, pero creo que se equivoca. Porque la Iglesia no nos llama a sumergirnos en su dolor, sino que nos invita a descubrir cómo es su amor, que le ha llevado a dar su vida por nosotros y que ha vencido definitivamente a la muerte. Me encanta el título que el Papa Francisco ha dado a su Exhortación Apostólica: La alegría del Evangelio. Y donde está la alegría, están también la risa y el humor, que nos ayudan a comprender más a fondo cómo es ese amor y a llevarlo a la práctica. Pues la risa libera la "molécula de la felicidad", (la endorfina) que nos levanta el ánimo y nos ayuda ser más creativos y emprendedores. No olvidemos que el gozo en el Señor es nuestra fortaleza y nuestra luz. Me pregunto por qué cuando nos disponemos a orar adoptamos un aire de seriedad que raya en la tristeza y por qué molesta a muchos la sonrisa en medio de una celebración litúrgica. Cuando se acercan los niños a confesar, me estremecen sus rostros y miradas llenos de compunción. Y les suelo decir que todos esos pecados están mal, pero que Dios no solo los perdona, sino que enseguida los olvida. Después les suelo decir que digan también algunas cosas buenas que hacen. Se les ilumina el rostro, especialmente si añado que traten seguir haciéndolas. O si resumo nuestro diálogo con esta frase, que tiene una profunda base bíblica: "¿Sabes? Creo que le gustas mucho a Dios"