miércoles, 20 de febrero de 2013

LA CUARESMA, TIEMPO DE ORACIÓN

Toda persona que trate de vivir la fe con hondura y seriedad sabe que la oración es el núcleo más profundo de la fe en Dios, el sumo bien del hombre. Dice san Juan Crisóstomo, en su homilía 6 sobre la oración, que ésta es "luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Hace que el alma se eleve hasta el cielo y abrace a Dios con inefables abrazos (...) La oración se presenta ante Dios como venerable intermediaria, alegra nuestro espíritu y tranquiliza los afectos". Y añade el santo: "Me estoy refieriendo a la oración de verdad, no a las simples palabras. La oración que es un deseo de Dios".
Aunque todo tiempo y lugar son propicios para orar y para buscar apasionadamente el rostro de Dios, más allá de la rutina, la Cuaresma nos ofrece una oportunidad especial. A través de la liturgia de los domingos, nos pone en contacto con los grandes misterios de la fe y nos lleva a tomar conciencia de nuestra cindición de bautizados y a adentrarnos en el contenido y en el sentido existencial de la muerte y de la resurrección de Jesucristo.
A las personas menos duchas en la práctica de la oración, os sugiero un método sencillo y muy jugoso: La lectura y meditación del Evangelio de cada día. Se busca un lugar tranquilo, se reza lentamente el "Padre nuestro", repitiendo esta oración vada vez más lentamente. Mientras, se hace un acto de fe en la presencia de Dios y se le ofrecen todas las inquitudes, alegrías y preocupaciones que nos afectan y distraen, Después, tras actualizar el deseo de Dios, se lee con sosiego el evangelio del día. Conviene leerlo dos o tres veces seguidas. Finalmente se abandona uno en manos del Espíritu Santo y se deja a Dios que actúe. Más que sacar un propósito, lo que importa es sentir y saborear la presencia de Dios y su paso por nuestra vida. Al final, os sugiero darle gracias a Dios por su amor y su presencia salvadora, hasta que el espíritu se os llene de alegría y de paz.  Sólo entonces podréis afrontar vuestras preocupaciones, proyrctos y problemas a la luz de Dios.
Si os reserváis cada día unos veinte minutos para esta práctica, en actitud de recogimiento interior, pronto vais a ver cómo empieza a cambiar vuestra vida para bien.

miércoles, 13 de febrero de 2013

EL CAMINO HACIA LA PASCUA, DE LA MANO DE BENEDICTO XVI

Escuché la notia de la renuncia de Benedicto XVI a los pocos minutos de que él mismo la hubiera dado, al oír el informativo de las doce de una cadena de radio. Sentí una profunda sacudida interior, pero en lugar de dedicarme a escuchar comentarios, cogí el santo rosario y salí a rezarlo bajo el sol radiante de un día que no parecía de invierno. Mientras meditaba los misterios gozosos, iba analizando también nis sentimientos, antes de que se vieran contaminados y perturbados por la opinión de los demás. Y me sentí embargado de una profunda gratitud, de una alegría sosegada y de una confianza serena en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
De gratitud por el brillante, rico y clarificador magisterio del Benedicto XVI. Os confieso que he leído sus encíclicas, sus catequesis, sus homilía, sus discursos y sus libros con auténtica pasión. Su manera sencilla y actualizada de presentar el Evangelio de siempre me ha seducido y emocionado. Cuando fue elegido Papa, no compartí el entusiasmo ni la alegría de mucha gente. Entre otros, algunos amigos cercanos y lúcidos. Más bien, me sentí decepcionado, aunque acepté su designación con obdediencia filial y con fe. Hoy reconozco que estaba equivocado y que este Papa va a dejar una huella imborrable en la Iglesia. Sus escritos y sus catequesis han sabido centrarse siempre en lo esencial y ofrecer una teología kerigmática de largo alcance.
De alegría, por su gesto impresionante de libertad evangélica y de confianza en Dios. Esa confianza que le ha llevado decir que todos somos prescindibles, salvo Dios. Y la libertad de no sentirse presionado por el peso de la tradición ni por las reacciones que se iban a producir. También tiene la humildad suficiente para asumir que el sucesor que el Espíritu nos traiga imprima otro rumbo al pontificado y modifique la orientación que él, con la ayuda del Espíritu y de todo el pueblo de Dios, trató de dar a la Iglesia en los albores del siglo XXI. No he hablado personalmente con él en ninguna ocasión, pero sí que he estado físicamente cerca en diversas ocasiones antes de que fuera Papa. Y me alegro de que ahora, en sus últimos años, se pueda seguir adentrando sin urgencias y sin preocupaciones en la oración, en el estudio y en el arte de comunicar. Seguro que todavía tiene muchas cosas que decir.
Y de confianza en Dios, porque sólo Él es el presente y el futuro del hombre y de la Iglesia. Si ha permitido que Benedicto XVI renuncie, es porque tiene sus planes y quiere decirnos algo a sus hijos. Por mi parte, os invito a comenzar la Cuaresma con esta honda reflexión tomada del mensaje del Papa para este año: "La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios, para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios"         

miércoles, 6 de febrero de 2013

LA ATENCIÓN A LOS MAYORES Y ENFERMOS

En vísperas del día del enfermo, deseo llamar la atención de todos por un sector de la Iglesia que no recibe la atención que necesita y se merece. Me refiero a los enfermos crónicos y a las personas mayores. Unos, porque han sido ingresados en residencias en las que no hay ninguna atención religiosa; y otros, porque sus hijos o los familiares que los cuidan y con los que viven carecen de toda sensibilidad religiosa. El caso es que son numerosas las personas que acudían diariamente al templo y que ya no reciben ni una sola visita del sacerdote para alentarlas y para alimentar su vida de fe. Olvidamos que son una parte muy importante de la Iglesia, con la que ya no se cuenta y que no recibe la atención necesaria. Una parte más numerosa cada día.
Comprendo que los sacerdotes somos pocos y no podemos llegar a todas partes, pero no podemos olvidar a estos hermanos y hermanas, que están entre los más necesitados y los más débiles. Lo mismo que hemos tratado de que tengan un hogar adecuado en su condición de enfermos o de personas mayores; y dispongan de las atenciones necesarias, tiene que preocuparnos su vida de fe. Pues me da la triste impresión de que, a veces,  nos preocupamos mucho -y es justo que así sea- por todo lo que se refiere a su bienestar material, y nos olvidamos de que son una parte viva de la Iglesia y tienen unas necesidades espirituales que no deben ser descuidadas.
Es otra manera, menos vistosa y menos valorada socialmente, de optar por los más pobres y por los más abandonados. Otro aspecto del que deberíamos preocuparnos más durante el Año de la Fe que estamos celebrando. No vaya a ser que el interés por la nueva evangelización no se traduzca también en la atención necesaria a todos los evangelizados y creyentes que necesitan nuestra ayuda.