miércoles, 28 de marzo de 2012

MURIÓ POR NUESTROS PECADOS

Según algunos de los mejores especialistas en el estudio de la sagrada Escritura, el relato de la pasión que nos ofrece el evangelista Juan es el más cercano a los hechos. Y cuando se analiza a fondo lo que nos dice, junto con lo que sabemos hoy sobre el año del nacimiento de Jesús y los datos que tenemos sobre la celebración de la Pascua judía, Jesús de Nazaret pudo morir el día 7 de abril del año treinta, poco antes de las tres de la tarde. Al caer en tal fecha el Sábado Santo del presente año, se nos ofrece una magnífica ocasión para meditar en la muerte en de Jesucristo en la cruz y en la profundidad del amor de Dios al hombre. Será una buena manera de prepararnos a celebrar la Pascua
Para sus seguidores, la pasión y muerte de Jesucristo es la expresión pás provocadora y más honda de su amor, que es el amor de Dios al hombre: nos amó hasta las últimas consecuencias, hasta dar su vida por nosotros. El suyo es un amor crucificado, que nos acompaña y emociona a lo largo de toda nuestra existencia. Por eso, es natural que digamos que la Cruz es la fuente de todas las gracias y el origen inagotable de todas las bendiciones divinas. En ella, encontramos fortaleza los débiles; consuelo, los crucificados; perdón, los que se han alejado de Dios; y vida, los que se ven amenzados por la muerte y tienen miedo.
Es la fecundidad de meditar en la cruz de Jesucristo, para seguir sí el consejo de san Gregorio Nacianceno, que nos dice:"Inmolémonos nosotros mismos a Dios, ofrezcámosle todos los días de nuestro ser con todas nuestras acciones. Estemos dispuestos a todo, por causa del Verbo; imitemos su pasión con nuestros padecimientos; honremos su sangre con nuestra sangre; subamos decididamente a la cruz". Unos, como Cireneos, que ayudan a sus hermanos enfermos o ancianos; otros, como María Magdalena, que no se apartaba del amigo moribuendo; o como el buen ladrón, que encuentra la cercanía de Dios en el sufrimiento; y todos, gastando nuestra vida día tras día, en el servicio y en el amor a los demás.

miércoles, 21 de marzo de 2012

EL CAMINO DE LA CRUZ

Un ejercicio piadoso muy fecundo, en este tiempo de cuaresma, consiste en recorrer el santo "Vía crucis", el camino de la cruz. Pero también aquí conviene marcar el objetivo de ese ejercicio. pues se puede buscar una de cercanía a las personas que sufren, para que el amor que inunda nuestro corazón sea luego realista y nos ayude a no pasar nunca de largo frente al que está necesitado de ayuda de cualquier tipo: de salud, de pan, de trabajo, de compresión, de consuelo, de cercanía... Es también una manera de poner de manifiesto nuestro amor a Jesucristo, porque Él nos enseñó que está presente en el hermano que sufre. Especialmente, en el que sufre y no tiene a nadie que acerque él, como enseña la parábola del buen samaritano.
Pero hay otro enfoque posible menos tenido en cuenta y, sin embargo, especialmente necesario, porque nos ayuda a profundizar en el amor que Dios nos tiene y que se convierte en nosotros en fuente inagotable de amor a los demás. En este caso, mientras recorremos el camino de la cruz no nos fijamos en tantos crucificados como nos encontramos cada día, sino en el amor entrañable y cercano de Dios, que le ha llevado a hacerse hombre con nosotros y por nosotros, hasta las últimas consecuencias. Porque en la pasión de Jesucristo es donde se evidencia con más fuerza la inmensidad del amor que Dios nos tiene y que le lleva a dar la vida por nosotros.
Esa pasión, que alcanzó su punto álgido en la soledad y en los sufrimientos de la cruz, comenzó ya antes de subir al monte Tabor, cuando Jesús vislumbró todo lo que significaba hacerse hombre con nosotros. Fue así como "Jesús sintió que cuanto más se identificara él mismo con nosotros, más experimentaría nuestra pecaminosidad, nuestro desamparo, nuestra inseguridad, propia de quienes habían rechazado el don del amor de Dios. Y llegó a darse cuenta de que si llevaba su misión hasta el fin, tendría que experimentar la plena realidad de lo que significa, para una criatura, estar separada de Dios. Para Jesús, esto significaría experimentar en sí mismo el ser separado del Padre, que lo significaba todo para Él, de quien recibía vida y cuya voluntad había venido a cumplir. El solo pensamiento de que este momento estaba llegando, le horrorizó", como nos enseña su oración en el huerto de los olivos.
Es la manera más profunda de recorrer el "Vía crucis": adentrarnos con Jesucristo en el dolor y en el amor de Dios, que quiso identificarse con nosotros en todo, menos en el pecado. Pues si nos adentramos en la hondura misteriosa e infinita de este amor, nuestro corazón se transfigura y nos lleva a a amar al otro, como sólo Dios sabe amar.

jueves, 15 de marzo de 2012

LA ORACIÓN CONTEMPLATIVA HACE MILAGROS

La oración es el camino del hombre hacia Dios. Hay que comenzar siempre con un acto de fe que abra al Misterio divino nuestra mente y nuestro corazón. Para recordar y actualizar que Dios nos conoce a cada uno por nuestro nombre y nos lleva de la mano. Cuando tomamos conciencia de esta verdad, descubrimos la cercanía de Dios y nos damos cuenta de que estamos siempre en su presencia. Pero es necesario que reavivemos esta fe en momentos de silencio interior y deseos hondos de Dios. Sólo entonces lograremos llegar a esa situación que san Juan de la Cruz define como "olvido de lo creado, memoria del Creador, atención a lo interior y estarse amando al Amado".
Esta práctica no significa que nos alejemos de la vida diaria, ni de sus problemas, pero sí que nos adentra en la dimensión más honda de la existencia y nos lleva a contemplarlo todo desde Dios y con la mirada de Dios. Es una oración que nos transforma, reaviva nuestro amor a Dios y a los demás y hace milagros, pues como escribió Tertuliano, aunque "no cierra la boca de los leones, ni lleva al hambriento la comida de los campesinos, ni aleja con el don de su gracia ningún sufrimiento", sí que "enseña la paciencia y aumenta la fe de los que sufren, para que comprendan lo que Dios prepara a los que padecen por su nombre". Además, "la oración perdona los delitos, aparta las tentaciones, extingue las persecuciones, consuela a los pusilánimes, recrea a los magnánimos, conduce a los peregrinos, mitiga las tormentas, aturde a los ladrones, alimenta a los pobres, rige a los ricos, levanta a los caídos, sostiene a los que van a caer, apoya a los que están en pie".

miércoles, 7 de marzo de 2012

MORIR Y RESUCITAR CON JESUCRISTO

La cuaresma nos invita a reavivar nuestra fe, a actualizar nuestro bautismo y a renovar nuestras promesas bautismales. Una manera útil y sencilla de dar estos pasos consiste en traer a nuestra memoria lo que ha sido nuestra vida a lo largo del año, desde la celebración de la última Vigilia Pascual. Especialmente, aquellos acontecimientos que han significado algún cambio importante en nuestra existencia y en nuestras tareas diarias. La vida es muy compleja y seguramente haya de todo: cambios que nos han caído bien; y cambios que nos han contrariado. Generalmente son éstos últimos los que nos ayudan más a conocernos y profundizar en nuestra experiencia de fe.
Lejos de ser tropiezos que nos hacen vacilar, cuando se viven desde la fe y en la fe son ocasiones de renovación interior. Permiten que muera la autosuficiencia y el egocentrismo, y que brote el hombre nuevo. En lugar de apoyarnos en nuestras fuerzas, iniciamos la etapa del abandono, que nos lleva a acrecentar nuestra confianza en Dios y a seguir los caminos que Él nos señale. Uno se da cuenta ahora de que los caminos de Dios no son nuestros caminos; y de que, en la vida, llega un momento en el que se nos invita a aceptar con alegría caminar de la mano del Señor, hacia donde Él trate de llevarnos.
Es la etapa del desprendimiento y del abandono total en las manos del Señor. Lo importante es que esta nueva etapa esté impregnada de confianza, de alegría, de paz interior y de esperanza, porque es el momento propicio en el que hemos empezado a intuir y a vislumbrar el sentido más hondo y apasionante de nuestra existencia: Caminar gozosos al encuentro con Dios y con todas las personas queridas, entre las que están aquellas que nos ayudaron a buscar el rostro de Dios y a pasar por el mundo haciendo el bien.