miércoles, 28 de diciembre de 2011

ANTE LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA

Este año, la fiesta de la sagrada Familia se celebrará el día 30 de diciembre. Y nos invita a profundizar en la importancia de la familia en la vida de la persona. Cuando hablo de familia, me refiero a esa institución que nace del matrimonio estable entre personas de diferente sexo, para ayudarse en todo, para prolongar la vida humana sobre la tierra y para educar los hijos.
La familia es la que, con su amor y su clima de diálogo, forja nuestra personalidad más profunda. Es ella que cuida de nuestra salud y de nuestro desarrollo, cuando todavía no podemos valernos por nosotros mismos; la que educa nuestra afectivad y nuestra voluntad; la que nos inculca los valores básicos que necesitamos para ser personas libres y creativas; y la que nos introduce en la sociedad, a través de la preparación continua para la convivencia y para el trabajo.
La importancia de la familia se está poniendo a prueba en la España actual, cuando hay muchos jóvenes que tienen que regresar al hogar por falta de trabajo y de medios; y cuando los abuelos, con sus modestas pensiones, se han convertido en la verdadera seguridad social de sus hijos y de sus nietos. También, cuando hay que cuidar a los mayores y cuando hay que sacar a alguno de los miembros que han caído en la droga o en la ludopatía.
La mayor torpeza de un gobernante consiste en minar la estabilidad familiar y en querer que el Estado asuma la educación y la socialización de los hijos. Y en no apoyar a la familia. La violencia juvenil, la falta de valores y el fracaso escolar tienen mucho que ver con la desestructuración de la familia.
Como institución natural, se tiene que basar en el diálogo constante, en la fidelidad, en el respeto mutuo, en la ayuda para que el otro se desarrolle y sea él mismo, en la libertad para expresar las deas y sentimientos y en el amor que se renueva cada día a base de detalles, de valoración leal y positiva de la conducta del otro, y de manifestaciones de cariño.
Los cristianos sabemos que este tipo de familia es posible, porque Jesucristo nos ha liberado para amar, nos enseña a darnos al otro con cariño, nos anima a perdonar cuando el otro se dejó llevar por la debilidad y manifiesta arrepentimiento, y fortalece nuestra confianzo en los demás.

sábado, 24 de diciembre de 2011

EL HIJO UNIGÉNITO DE DIOS HA NACIDO EN BELEN

Los cristianos celebramos esta noche el nacimiento de Jesús de Nazaret en Belén. Hombre cabal y perfecto por su madre; y Dios de Dios, por su Padre. Pues como confesamos en el Credo, Jesús es Dios y hombre verdadero. Es el Cristo, el Mesías esperado, que ha venido al mundo.
El que existía desde siempre en el seno de Dios Padre, ha entrado en nuestra historia, para que los hombres participemos de la vida divina. Se ha hecho hombre mortal, para que participemos de la vida de Dios. Ahora somos sus hijos adoptivos por la fe y el bautismo.
Todos los que estáis enfermos o sufrís por cualquier otro motivo, levantad vuestra mirada a Dios, que os ama como un Padre. Como amó a su Hijo Jesucristo cuando lo vio en una cruz.
Todos los que estáis tristes por la pérdida de un ser querido, sabed que volveréis a encontrarlo más allá de la muerte y de las lágrimas.
Todos los que os encontráis solos, no olvideis que Dios está a vuestro lado y os anima a descubrir su presencia. Quizá, en la sonrisa de un niño o en la mirada de alguien que llama a la puerta y se detiene junto a vosotros.
Todos los que habéis perdido la fe y la esperanza, acercaos a Belén, donde os espera nuestro Padre Dios en la debilidad de un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Abrid el corazón a la esperanza y a la Vida. ´
Y todos los que compartís esta fe, dad gracias al Señor por el milagro de creer; y demostrad con vuestro amor, con vuestra cercanía a los que suifren, con vuestra solidaridad con los que carecen de trabajo y con vuestra capacidad de escucha, que efectivamente Dios, el Dios humano de Belén, ha nacido en vuestro corazón y os ha enseñado que el amor es el camino hacia la Vida, la estrella que nos lleva a Belén y la luz que brilla en las tinieblas de un mundo encerrado en si mismo y en su miseria moral.

lunes, 12 de diciembre de 2011

ALEGRAOS EN EL SEÑOR

A medida que se acerca la fiesta de Navidad, se nos invita a vivir con alegría. Dicha alegría no es un sentimiento pasajero ni la satisfacción por haber adquirido en el mercado algo que echabas de menos y que te proporciona un placer más o menos satisfactorio. Tampoco es la euforia de quien se ve sorprendido por algún acontecimiento favorable. Es la alegría teologal, la alegría que viene del Espíritu Santo y que te colma de una sensación estable de plenitud y paz interior. Te da una sensación gratificante de confianza en Dios, en la vida que has elegido y en ti mismo. Es la alegría que te trae Jesucristo al conmemorar su nacimiento en Belén
Esta alegría profunda permanece contigo en medio de las preocupaciones, de los contratiempos y de los sufrimientos de la vida diaria, porque es un don de Dios y nada ni nadie la puede arrancar de tu corazón. Te permite vivir con serenidad alegre en medio de las tormentas de la existencia y no te la puede arrebatar nadie, porque es la irradiación luminosa de la presencia de Jesucristo en tu corazón. Por eso decimos que la fe nos hace libres, porque sostiene nuestra nuestra fortaleza interior y nos permite vivir sin arrodillarnos ante nadie que detente el poder y sin necesidad de adular a nadie. Porque Dios nos ha hecho libres, sólo nos arrodillamos ante el desvalimiento de un niño que nace en un pesebre y ante las personas pisoteadas para ayudarlas a levantarse.
El camino hacia esa alegría interior ya le conoces: una fe que se reaviva cada día al contacto con el fuego divino, en la oración; un amor que se alimenta de Jesucristo en la sagrada Eucaristía, en la Palabra y en el servicio a los más abandonados; y una esperanza que hunde sus raíces en la contemplación sosegada de lo que Dios ha hecho por nosotros, como nos enseña el Salmo 136, ese que hace exclamar al salmista lleno gratitud a Dios: "Porque es eterna su misericordia".

miércoles, 7 de diciembre de 2011

ABRIR EL CORAZÓN A JESUCRISTO

Al comienzo de su pontificado, Juan Pablo II invitó a los jóvenes, y a todos los cristianos, a abrir de par en par las puertas a Jesucristo. La pregunta que se hacen numeronas personas es ésta: ¿Como puedo abrir el corazón a Dios? Se me ocurre un conjunto elemental de sugerencias que te pueden ayudar en este cometido.
La primera consiste en reflexionar, analizar tu vida y eliminar del corazón todo lo que puede ser un obstáculo a la presencia de Dios: ambiciones, envidias, orgullo, rencores, falta de sinceridad para con los demás y para contigo mismo, superficialidad... Por propia experiencia, sé que los resultados, más que una conquista humana, son un regalo de Dios. Algo así como el resplandor de su Presencia en tu alma. Pero es necesario que tú reconozcas tus pecados con humildad y que le pidas al Señor que limpie tu espiritu de todo mal y de toda actitud contraria al amor.
La segunda, intensificar tu deseo de hallar el rostro de Dios. Y como nos dice san Pablo que Cristo es el rostro de Dios vivo y la impronta de su ser, intensificarás tu deseo de ver el rostro de Dios, en la medida en que profundices en el conocimiento de Jesucristo: leyendo y meditando cada día el Evangelio; estudiando cuanto enseña sobre Él el Catecismo de la Iglesia Católica; preparando la celebración de la Eucaristía del domingo (¿Qué pide la Iglesia a Dios en la oración colecta? ¿De qué le vas a pedir perdón? ¿Por qué le vas a dar gracias? ¿Para quién le vas a pedir su ayuda? ¿Qué te dicen las lecturas?...); Y finalmente repitiendo pequeñas jaculatorias a lo largo del día: Oh Dios, Tú eres mi Dios, por tí madrugo; Señor, ven en mi auxilio; Padre, me pongo en tus manos; creo, Señor, pero aumenta mi fe; gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra...
La tercera, dedicar unos minutos al final de la jornada para descubrir qué te ha ofrecido Dios a lo largo del día; cómo ha salido a tu encuentro en las personas con las que has tratato; y cómo has tratado tú a las personas con las que te has cruzado o con las que has convivido
Por fin, seguir pidiendo con el salmista: "Tu rostro buscaré, Dios mío; no me escondas tu rostro", "Como busca la cierva corrientes de agua viva, así te busco yo, Dios mío"; "Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme...