martes, 13 de abril de 2010

Los primeros pasos de la Iglesia

Durante el tiempo de Pascua, la primera lectura de la misa diaria está tomada de Los Hechos de los Apóstoles, una especie de "memorias" de los primeros pasos de la Iglesia. Nos presenta la vida de los primeros cristianos y sus respuestas a los diversos problemas que van hallando. Esas respuestas se han convertido en pautas normativas para los cristianos de todos los tiempos.
Los elementos que distinguen a las diversas comunidades son cuatro: los encuentros de todos los cristianos para vivir su fe, o lo que es igual, la vida comunitaria; la fracción del Pan o celebración de la Eucaristía; la escucha de la enseñanza de los Apóstoles y su asimilación progresiva por parte de todos; y el amor fraterno, que se traducía en compartir los bienes, para que nadie pasara necesidad. Con otras palabras, se reunían para compatir la fe y los problemas diarios, para conocer la doctrina o enseñanza de los apóstoles, para celebrar la Eucaristía y para prestar la ayuda neceria a cada uno.
A veces idealizamos los orígenes, como si todo lo hubieran hecho bien y no hubiera habido puntos negros entre ellos, pero el mismo libro nos va presentando algunos aspectos negativos: los que trataban de presumir de generosos, cuando se habían guardado su dinero para ellos; el que quería conseguir una misión o un puesto de relieve comprándolo con dinero; o al mismo Pedro, que no iba a casa de los paganos si estaba presente algún cristiano de Jerusalén, y sí cuando no se sentía observado.
El gran protagonista, junto con el Resucitado, era el Espíritu Santo, que los ayudaba a encontrar caminos nuevos y a dar respuestas evangélicas a las nuevas situaciones.
También nosotros, hoy, contamos con la fuerza salvadora del Resucitado, presente en nuestras comunidades; y con la presencia del Espíritu Santo, que nos sostiene, nos ilumina, nos enriquece con sus frutos y transforma nuestra vida. Es cuestión de hacer silencio y dejarse guiar por Él.

sábado, 3 de abril de 2010

Jesucristo ha resucitado

El equipo de Liturgia ha trabajado mucho y bien. Ya está todo preparado para la celebración de la Vigilia Pascual, a las once de esta noche. Dos niños de nueve años y dos bebés van a recibir el sacramento del bautismo, y todos los miembros de la comunidad renovaremos con fe nuestras promesas bautismales, porque celebramos y proclamamos la resurrección de Jesucristo.
Es el mayor acontecimiento de la historia, lo proclamo sin complejos. Me considero una persona normal, que está muy contento de haber nacido, que ama apasionadamente esta tierra, que se considera lúcido y tiene un buen conocimiento del desarrollo de los saberes, y que ha dedicado sus mejores energías a la búsqueda de la verdad. También a la verdad de la fe católica que, por la gracia de Dios, profeso y en la que vivo, más que cómodo, feliz.
Muchos teólogos del s. XX insitían en que la resurrección de Jesucristo es el "sí de Dios" a todas sus palabras, a su comportamiento con los pecadores y con los pobres, a su vida y a su muerte. El rechazado como un maldito por las autoridades religiosas de su pueblo, por autoridad civil y por el pueblo, que antes le había aclamado, recibió el aval de Dios a sus pretensiones de ser el Mesías y a su manera de entender a Dios y al hombre.
Sus seguidores tenemos que seguir proclamando esta fe con nuestra vida. Y pienso que algunas de las actitudes que más necesitamos hoy son estas: Adentrarnos con la oración en el Misterio infinito de Dios; implicarnos con más esperanza en la transformación del mundo en que vivimos, aunque sea muy poco lo que podemos hacer; reconciliarnos críticamente con los valores de la cultura moderna, pues Dios sigue creando cada día; y ser la voz insobornable que denuncia la injusticia y la violencia. ¡Contamos con la presencia transformadora del Resucitado y con la Luz del Espíritu. ¡Porque Jesucristo ha resucitado, alegráos todos y manos a la obra!